La digitalización de la vida de los pibes cambia lo erógeno por lo ansiógeno
6 minutos de lecturaOrganizado por la comisión de Salud Mental del Colegio de Psicólogos de la provincia de Buenos Aires, el sábado próximo desde las 10, tendrá lugar un conversatorio virtual sobre una problemática que cada vez gana más espacio: “La digitalización de la vida como un determinante psicosocial”.
Por Lic. Ángel Orbea, presidente del Colegio de Psicólogos-Distrito VIII
Sin entrar en las causas, llamamos digitalización de la vida a ese proceso que se da en los niños y adolescentes cuando se produce la incorporación del uso del celular en su vida. La inmersión del niño en lo digital se produce a partir de los 3 años, cuando el celular habilitado por sus padres tiene la función de juguete, con imágenes cambiantes que subvierten el tiempo. A los 8, los niños con el celular caen presa de una satisfacción pulsional de dominio, y a los 12 la globalización pixelada los ha ganado bajo una adicción que no tiene nada que ver con lo psicoactivo, por cuanto se consolidan sobre niños y niñas los tres rasgos básicos de la digitalización: satisfacción directa, utilidad y el “sin esfuerzo”.
En gran medida, éste es un proceso que se positiviza en forma acéfala, siguiendo recorridos pulsionales artificiales, en total ausencia de lo que Foucault llamó “control y vigilancia”. Como ya lo han señalado otros especialistas y colegas, se abre entonces en la vida de los pibes y pibas un reino donde todo es posible y donde se pasa del uso del cuerpo al uso del celular.
La última encuesta de bienestar digital en la Provincia indica que el 22% de los adolescentes usa el celular al menos 8 horas diarias, y casi la mitad lo hace al menos 5 horas por día. A esta performance de los pibes los desarrolladores de tecnologías le llaman “capacitación virtual adquirida”, condición que el niño adquiere en soledad por mera satisfacción inducida que será lo precursor para nuevas e inmediatas adquisiciones en el uso de aplicaciones, al punto de llegar a ser algo incontrolable para el joven usuario. Así, la hiperconectividad ha entrado en la vida del niño. Entonces adiós a los cuentos esperados para alcanzar el sueño, los pixeles se encargarán de alterar el reposo; adiós a los deportes, a la actitud empática para con el otro. Inclusive -como lo dicen diversos estudios- adiós a la masturbación. En esta perspectiva no se trata de “consumos problemáticos de tecnologías” sino directamente de digitalización de la vida.
Se entretiene el niño con el celular mientras libera a sus padres de esa carga, pero al hacerlo ratifica ese autoerotismo pixelado que ya debería estar dejando atrás. Con el tiempo, puede que ya adolescente quede frente al torrente informativo en una posición totalmente alienada, casi afásico, por cuanto la dificultad frente a una elección vocacional lo puede dejar en crisis profunda. Esto es apenas un aspecto del gran drama de la aplicación de tecnologías digitales en la escuela, cuyo punto más candente es que el alumno trascurre su secundario sin esfuerzo alguno y solamente apelando al entretenimiento digital antes que al conocimiento. Es cierto que democratiza, y que los pibes puede que estén en relativa igualdad de condiciones, pero habida cuenta los efectos en la constitución subjetiva, al respecto hay que interrogar este paradigma.
En tal disposición de ánimo, en sus vidas los pibes descubren que el celular da satisfacciones que no podrían obtener por otros medios, al punto de reemplazar la temprana investigación sexual y sobre el final de la pubertad se desentenderán hasta de la novela familiar neurótica.
Luego el celular es útil, tiene múltiples usos y lo más grave: le permite al joven desplazar la realidad material por la virtual. La desplaza, no la reemplaza. Entonces recíprocamente se desvitaliza su cuerpo y éticamente se vuelve cínico neoliberal en el manejo de sus cosas, desestimando a sus padres y autoridades, ganado en sensibilidad con el medio ambiente, el cuidado de los animales y en contra de la discriminación. Esto último son también efectos positivos de la digitalización de la vida.
Para sorpresa de sus educadores, padres y médicos, el joven y la joven pueden entrar en una dimensión sintomática y aparecen rápidamente las aprosexias (dificultad para concentrarse) los paroxismos (exageración de las emociones) y la ataraxia mental (estados de extrema indiferencia o serenidad) que son anticipatorios respecto de futuros ataques de pánico, pasajes de manía a inhibiciones y viceversa. Y lo que es más evidente: como la virtualtualidad desplaza pero no reemplaza la realidad, el leguaje del joven toma un estilo metonímico telegráfico, de manera tal que su capacidad de hacer metáfora queda reducida. Por Freud y Lacan sabemos que la metáfora no es solo semántica, es también un condensador de líbido. Sobre todo, en lo escópico, las dificultades se harán presentes bajo la falta de reciprocidad mirar-ser mirado, allí donde la mirada toma la forma de lo digital pixelado. Lo erógeno se reduce a lo ansiógeno, por eso tantos niños son desde hace tiempo mal diagnosticados como ADD.
Estas consecuencias de la digitalización de la vida de los pibes son autoevidentes y cualquiera podrá tomar nota de ellas. Pero aun así no están debidamente visibilizadas. Por lo tanto, es un imperativo ético desde la salud pública reconocerlas, interpretarlas e incidir por alguna solución.
Por aquello que tan bien señaló en el siglo XV Baruch Spinoza “lo que no es prohibido se vuelve obligatorio”, tal como como se hizo con la prohibición de fumar en espacios públicos que fue una gran solución para un problema sanitario y epidemiológico.
Hay, a nivel general, una posibilidad de solución y debe partir de los estados en los tres niveles tomando directamente medidas restrictivas sobre la aplicación de tecnologías en la educación primaria y secundaria. También es posible trabajar con la comunidad y las familias para esclarecer sobre el tema, pero con los pibes esto tendrá muy corto alcance por cuanto ellos saben de eso. Las satisfacciones humanas no son cartesianas, no dicen “pienso luego existo”.
A los pibes la digitalización les funciona también como un saber hacer de contrabando con más ganancias que pérdidas. Ganan porque todo es posible en lo virtual, todo es para ver y mostrar. Esto último es un verdadero reto para adultos y, sobre todo, para los docentes y educadores, que pueden ser sorprendidos por el celular en cualquier momento y lugar. Porque la digitalización hace que todo sea posible al instante, los pibes son reacios a tolerar la frustración, ya que están en línea con lo que la psicoanalista de la orientación lacaniana Adela Fryd llamó “el niño amo”.
Es solo una hipótesis, pero tomando la privación del celular como un daño imaginario puede que los pibes y pibas la transformen como una cuestión de derechos y en esa perspectiva lleguen hasta litigar en contra de sus padres.
Otra cosa es el tratamiento de estos fenómenos sintomáticos bajo transferencia, por cuanto a pesar de la digitalización de la vida que genera un vacío ciego, el hecho de que seamos hablantes y sexuados bajo las contingencias de la vida, hace que la angustia como tonalidad emotiva excepcional reavive el cuerpo.
Si la digitalización de la vida -que es el efecto de la tecnociencia en la vida de las personas- como principal eslabón de la globalización evita el aburrimiento y la angustia, como reverso puede que también produzca angustia y ansiedad de otra manera, y allí entonces el síntoma será su principal objetor. Por caso, un muchacho de 17 años que jugaba la plata de otros se endeudó al punto que lo apretaron los prestamistas; eso lo impactó tanto que sirvió para que interrumpa la vertiente adictiva y, tratamiento de por medio, pudo cambiar de posición respecto de lo que había sido su vida hasta ese momento.
Es que con lo digital sobre la cabeza todo pasa a ser extremo y un sutil extremo que cobra cada vez más vigencia es el ideal del consumidor consumido que nos ofrece la libertad globalizada.